por Mariana Travacio  

«Trayectorias» integra el libro de cuentos «Cotidiano» de próxima publicación por Baltasara Editora

7.30hs: Sorbés, despacio, el café, mientras tu mujer te pregunta a qué hora volvés, y escuchás, de costado, que tu hijo se queja porque no quiere ir al jardín. Contestás, a medio despertarte, que volvés a las siete, si Ortiz no se demora, y te parás para darle un beso a tu hijo, en la frente, mientras mirás el reloj y balbuceás que ya es la hora. Te despedís de tu esposa, te llamo más tarde, amor, mientras ella le da un beso a Felipe, y un abrazo, y le dice que la pase lindo, hoy, en el jardín.

 7.30hs: Te empujan, desde atrás, recibís dos codazos, estirás el mentón, te hacen bajar, a borbotones, del tren. Salís, en manada, pasitos cortos, al andén. Recobrás el equilibrio y te apurás, las doce cuadras, hasta la obra. Hoy tienen que terminar, sin falta, el piso 11. Son veinte cajas, de baldosas grandes, y te prometés que hoy, aunque se tengan que quedar, terminan con eso.

 7.42hs: Lo sentás, a Felipe, en la sillita del auto, y le querés abrochar el cinturón, mientras escuchás que él se queja, un poco, no mucho, en esa coreografía que ya se tienen aprendida de memoria. Entonces le prometés que a la noche le traés un caramelo, y él te deja, con esa media sonrisa, que le abroches el cinturón. Subís al auto y arrancás, apurado, camino al jardín.

 7.42hs: Entrás a la obra, te saluda el gordo Ramírez y te gasta un rato: te pregunta, con sorna, si anoche Leticia te trató bien. No le contestás. Seguís de largo, camino al piso 11, mientras escuchás, a tus espaldas, la risa del gordo Ramírez que se amortigua, en tus oídos, a medida que te alejás. Subís, apurado, a tomar ese mate, que siempre tomás, antes de empezar.

Ilustración – María Esther Maiztegui

 7.55hs: Te acordás de la reunión de hoy, con Ortiz, y repasás, de memoria, los argumentos que garabateaste la noche anterior, porque querés, a toda costa, que te firme ese crédito; se te ocurre pensar que a lo mejor te sale bien, y eso te arranca una sonrisa, que te despierta del letargo, y te permite frenar, justo a tiempo, antes de que te tragues ese pozo, sobre el asfalto.

 7.55hs: Te toca trabajar con Juancho, al lado del balcón. Te muestran las cajas, de baldosas, y la amoladora. Te dicen que empiecen por la izquierda, haciendo, prolijo, el damero. Una baldosa blanca, una negra. Las baldosas son grandes, les explica el capataz, pero ya no tenemos tiempo de cambiarlas. Las vamos a cortar. Son de cuarenta por cuarenta, las queremos de treinta, escuchás las instrucciones, distraído, mientras te perdés en la boca de Leticia, y en sus ojos negros, y en sus piernas de anoche, jurándote que se va con vos.

8.01hs: Te agarra la barrera de Pampa, como te agarra siempre, mientras subís el volumen del estéreo, porque a Felipe le gusta esa canción. Cantan juntos, el estribillo, porque a Felipe le gusta que lo cantes con él. Después la barrera se levanta, y un auto te cierra el paso, mientras vos te guardás la puteada, y la garúa sigue, finita, sobre el asfalto.

8.01hs: Te ponés contra el ventanal, a cortar las baldosas, como te pidió Juancho, y en eso estás, midiendo, agarrando la amoladora, cortando, mientras te volvés a perder en la voz de Leticia, susurrándote que lo deja al Tano, y prometiéndote que se va con vos, tantos años esperando, y ahora se te da, y se te escapa una sonrisa, mientras cortás la baldosa, y se la entregás a Juancho, para que empiece a pegar.

8.06hs: Bordeás el bosque y ves, por la ventanilla, tanta gente que sale a correr, a pesar de la lluvia. Te preguntás qué los mueve a salir, un día como hoy, a mojarse, y se te ocurre que vos, en realidad, nunca lo harías. Lo mirás a tu hijo, por el espejito retrovisor, y te das cuenta de que él también los mira. Te da curiosidad esa coincidencia y le preguntás: Feli, ¿qué mirás? Tu hijo te contesta: Esas palomas. Las buscás, por el espejito, pero ya no están.

8.06hs: Juancho te apura, y vos te das cuenta de que estás en cámara lenta, distrayéndote con Leticia, justo hoy, que necesitan terminar ese piso. Le prometés, a Juancho, que vas a trabajar más rápido. Te duele la espalda, todo agachado como estás, y decidís trabajar erguido. Vas a buscar un tablón, y dos caballetes, y le pedís a Juancho que te ayude. Te instalás, en el balcón, a cortar las baldosas, en vertical.

 8:10hs: Estás a una cuadra, pero la fila de autos no se mueve, no te deja avanzar. Llegarán tarde, como siempre, y te preguntás cuándo terminará esa obra, con esos camiones que se paran, todas las mañanas, justo en esa cuadra, la que vos necesitás libre para que tu hijo no llegue tarde a la escuela.

8.10hs: Te ponés contento, trabajás más fácil así, apoyando las baldosas en el tablón, y la amoladora en la baranda, vas más rápido, y no te importa la garúa, aunque te mojes un poco, porque te duele menos la espalda, y porque, de cualquier forma, estás contento hoy: sentís el placer de haberle ganado la mina al Tano; se la ganaste, aunque nadie te crea, y ahora Leticia es tuya.

8.12hs: El Peugeot que tenés adelante acelera. Te deja, de golpe, treinta metros libres, y vos acelerás, también, por miedo a que un camión salga de la obra, y otra vez te cierre el paso, y te retrase más. Ponés primera, avanzás lo que podés, todo junto, y escuchás un estruendo, como una bomba, atrás. Frenás, asustado, y te das vuelta, queriendo entender qué pasó. Ves la luneta estallada, mil pedazos que brillan, a contraluz, con la garúa persistente, que ahora se mezcla, de a poco, con toda esa sangre, que se derrama, incontenible, sobre el tapizado.

 8.12hs: Ves el cable de la amoladora mojado, y te parece mejor meterte adentro. Le pedís ayuda a Juancho, a los gritos, desde el balcón, pero Juancho no te escucha. Te asomás, para adentro, y te das cuenta de que no está. Entonces levantás el tablón, vos solo, te lo cargás al hombro, y cuando girás para entrar, la punta del tablón le pega a la amoladora, que empieza a caer, desde el piso 11, camino a la calle. Largás el tablón, alcanzás a ver el cable, bailando en el aire, lo manoteás, pero está mojado, y se te resbala. Te asomás, a la calle, y ves esa mancha, que cae, como un barrilete invertido, en dirección a ese auto que avanza, y aunque quieras evitarlo ves, también, cómo la amoladora entra, de lleno, en esa luneta trasera.